Entre las últimas entradas, muy pocas se han dedicado a cine, literatura o viajes, algunos de los temas que aparecían con frecuencia en los inicios del blog, junto a otros como música o aquellos dedicados a producciones para televisión, titulados en conjunto «Asuntos en Serie». Quizá sea interesante recuperarlos a lo largo de esta recta final.
Esta semana se estrenó la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo, serie creada el año pasado por Pablo y Javier Olivares y que me ha devuelto un interés por la ficción española que no tenía desde Crematorio, aquella excelente adaptación de la novela de Chirbes realizada en 2011 por Jorge Sánchez-Cabezudo (curiosamente, ambas series tienen una importante relación con el mundo de la arquitectura).
El regreso se produjo con el capítulo «Tiempo de Leyenda», cuya trama no desvelaré, más allá de que gira en torno a la dialéctica que se produce entre historia y leyenda en uno de los personajes más significativos de nuestro pasado. Me ha interesado especialmente porque es una de las cuestiones presentes en el oficio de historiador, cuándo se debe analizar y valorar críticamente qué es lo real, lo documentado de modo científico frente a lo que se corresponde con un «relato basado en un hecho o personajes reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración», tomando la definición del diccionario de la R.A.E. que, en la acepción de su sinónimo mito nos lo sitúa como aquella narración «que está fuera del tiempo histórico».
Los agentes del Ministerio, impulsados por la búsqueda del rigor histórico, llegan a una situación inesperada: plantearse la necesidad del mito, de la leyenda, por encima de la veracidad de los hechos —en ocasiones inexactos, incómodos o irrelevantes—. Karl Schögel afirmó que «los historiadores tenemos que demostrar cada proceso, cada acontecimiento, cada atmósfera, a partir de fuentes, tenemos que contar con fuentes, o como lo ha dicho Reinhart Koselleck, tenemos que tener un derecho a veto en todo», mientras que Joseph Campbell, uno de los referentes en los estudios de mitología, alertó sobre la dificultad de la fidelidad a la verdad, ya que «sólo se puede describir verídicamente a un ser humano describiendo sus imperfecciones». Así, el mito se convierte en una búsqueda de las potencialidades humanas, poniendo de manifiesto su necesidad e incluso su poder.
Al final, junto al ineludible escepticismo científico, aparece el mythos —la palabra, la historia—, y la legenda —lo que ha de ser leído— como hábiles herramientas de aproximación, de descubrimiento, de reflexión y —¿por qué no?— también de inspiración.
Imagen: El claustro con el pozo, parte de la mitología de El Ministerio del Tiempo