De París a Nueva York


De las dos capitales artísticas por excelencia del siglo veinte toma su título el último libro del profesor Marc Fumaroli (Marsella, 1932), publicado por Acantilado, un planfleto erudito y monumental  ̶̶ se aproxima al millar de páginas ̶̶  dónde el autor recoge sus viajes a través de las dos ciudades y los transforma en una fascinante historia del arte, principalmente a partir de sus imágenes.

En una entrevista reciente, Fumaroli comentaba su opinión acerca de la cultura contemporánea: «Cultura es una palabra magnífica porque es una metáfora que alude a la floración y multiplicación de las formas vivas, pero en la actualidad la cultura es todo: el fútbol y el Louvre, Samuel Beckett y Damián Hirst, la discoteca del sábado noche y el estreno de La Bohéme en la Scala de Milán».

Reaccionario, al igual que su autor «en el sentido exacto del término», el ensayo cuestiona el valor del arte y la cultura actual, así como su manera de codificarse y transmitirse: «Lo que es cierto para el acto de ver, reajustado de mes en mes, lo es también para el acto de escribir. Durante mucho tiempo fue primo hermano de la inscripción y del grabado en piedra, en cobre, en pergamino, en papel, todos soportes duraderos. Ahora se parece a la proyección de un polvo fino de azúcar siempre amenazado de fundirse en la superficie del agua blancuzca de una pantalla-piscina. Cada dos años de media hay que cambiar de ordenador, provisto cada vez de un software más potente. Cada aparato último modelo se la ingenia para someter al ingenioso que cometió la imprudencia de renunciar a la pluma y a la hoja en blanco para correr la suerte del esclavo fugitivo, atrapado por los perros de su amo y culpable de haber ignorado que la disciplina binaria de la plantación de algodón ha sido perfeccionada».

Usando como base y herramienta el pasado, desde la antigüedad clásica, Fumarioli ofrece posibles recorridos para la cultura del mañana, como negación o ampliación de algunos postulados supuestamente inflexibles de nuestro presente: «Después de todo, se asiste más cómodamente a una gran misa en San Pedro de Roma o en Notre-Dame de París en una pantalla gigante instalada en el exterior que en el interior de la nave. Y se vio mejor, y se volvió a ver, telescópicamente, en un gran plano en la pantalla, el cabezazo histórico de Zidane contra el pecho de Materazzi, mucho mejor de lo que lo hicieron los espectadores presentes en las tribunas [...]. Queda el hecho de que la copia, contrariamente a lo que pensaba Platón, no sólo puede mostrarse igual al original, sino incluso superior a él.»