Imagen: Olivier Martin-Gambier © FLC/ADAGP Fundación Le Corbusier
«A menudo acostumbro a iniciarme en tareas que no sé bien hacia dónde me llevan». Con estas palabras se inicia el libro que me ha acompañado durante los últimos días de este curso académico, titulado Intersecciones en la creación arquitectonica. Reflexiones acerca del proyecto de arquitectura y su docencia.
Conocí a su autora el pasado septiembre en unas jornadas dónde ambos, sin preveerlo, hablamos sobre la aproximación al paisaje industrial desde el cine en las miradas de Win Wenders, Andrei Tarkovski o Robert Smithson. Referencias que también reaparecen en el libro, junto a muchas otras presencias o intersecciones. Como ella misma reconoce; «dejándose llevar por sueños, deseos, intuiciones más que por certezas, ha sido posible dar forma y origen a este libro».
En las conclusiones, habla de la importancia de crear situaciones de aprendizaje y recuerda las palabras de Teodoro de Anasagasti, cuando dice que «no es el mejor profesor el que más aclara los conceptos, el que más verdades inconclusas dice. El que por mejor debe ser tenido es el que enseña a observar, a inquirir; el que incita a la rebusca; el que alecciona a valerse de uno mismo; el que desenvuelve la personalidad; el que siembra el interés, el ansia de perfeccionamiento, la inquietud...»
Conocí a su autora el pasado septiembre en unas jornadas dónde ambos, sin preveerlo, hablamos sobre la aproximación al paisaje industrial desde el cine en las miradas de Win Wenders, Andrei Tarkovski o Robert Smithson. Referencias que también reaparecen en el libro, junto a muchas otras presencias o intersecciones. Como ella misma reconoce; «dejándose llevar por sueños, deseos, intuiciones más que por certezas, ha sido posible dar forma y origen a este libro».
En las conclusiones, habla de la importancia de crear situaciones de aprendizaje y recuerda las palabras de Teodoro de Anasagasti, cuando dice que «no es el mejor profesor el que más aclara los conceptos, el que más verdades inconclusas dice. El que por mejor debe ser tenido es el que enseña a observar, a inquirir; el que incita a la rebusca; el que alecciona a valerse de uno mismo; el que desenvuelve la personalidad; el que siembra el interés, el ansia de perfeccionamiento, la inquietud...»
Así, la autora defiende una docencia «que permita al alumno trazar, con su propia experiencia, un camino personal de aprendizaje que le lleve a tomar conciencia del papel principal que juega en su propia formación y a reconocer que parte del aprendizaje que recibe depende de sí mismo». Creo que es una magnífica lección para un final de curso. Sólo me queda felicitarla por su trabajo y desearle que, al igual que se anhela al terminar un año académico, la publicación de la tesis no se convierta en un final, sino en un principio de muchos otros recorridos.