El viaje a una ciudad desconocida siempre es una experiencia fascinante. Más aún si se trata de un destino perseguido desde hace tiempo, cuya visita se convierte en una ansíada meta y, al mismo tiempo, en el comienzo de nuevas reflexiones y viajes en el espacio y el tiempo, que amplían y rememoran la propia experiencia.
Estos días he podido recorrer la ciudad de Nueva York, «capital de las imágenes contemporáneas» y domicilio recurrente del pensamiento moderno, participando del diálogo establecido entre urbe y ambiente cultural, ya refrendado por numerosos autores. Quiero trasladar aquí algunos de los fragmentos del cuaderno de viaje, comenzando por las lecturas que me acompañaron, antes y durante la travesía, con un pequeño texto de cada una:
«Nueva York no es una ciudad concluida... Es una ciudad en devenir. Pertenece hoy al mundo. Sin que nadie lo esperara, se ha transformado en el florón de la corona de las ciudades universales, en que están las ciudades muertas de que sólo quedan los recuerdos y las fundaciones y cuya evocación es estimulante; en que están las ciudades vivientes que padecen a causa del molde angosto de las civilizaciones pasadas»
«La ciudad es permanente; no hay razón alguna para que los edificios tengan que ser reemplazados. La misteriosa calma de sus exteriores queda garantizada por la "gran lobotomía". Pero dentro, donde el "cisma vertical" da cabida a cualquier posible cambio, la vida está en un constante estado de frenesí. Manhattan es ahora una tranquila llanura metropolitana marcada por los universos autosuficientes de las "montañas", y en la que el concepto de lo real, ya superado, se ha dejado atrás definitivamente»
«El tour de force tecnológico [en la Estación Central] sería igualado en grandeza por la constelación del Zodíaco, pintada sobre la vasta superficie del techo por Paul Hellen, un pintor venido de Francia. Respondiendo a la latitud de Manhattan, la composición representa la vista de un cielo mediterráneo en invierno. Retrospectivamente, uno no puede sino asombrarse de la inocencia que suponía iluminar desde dentro las sesenta estellas más grandes de este firmamento y ajustar su luminosidad respectiva para simular la magnitud de su brillo en el espacio»
«En
Manhattan, al pie de un rascacielos de una imparcialidad mineral, poco
menos que tomé la decisión de una coexistencia pacífica (indiferencia o
relativismo, como se quiera) entre una reverencia sabia y atenta al arte
antiguo y moderno de importación, y un arrebato bursátil por los
artefactos, euforizantes o siniestros del Arte Contemporáneo autóctono o
extranjero, pero más o menos calcado del autóctono»
«Resulta significativo que el primer diseño del Comissioners' Plan hace llegar las calles transversales hasta el borde mismo del agua, representando de ese modo una infinitud que en realidad no era factible. A partir del establecimiento impositivo de las dos versiones del Dripps, los promotores de Manhattan empiezan ya a contemplar la posibilidad de un crecimiento ilimitado en altura, un crecimiento que el propio "sueño de nueva york" consideraba virtualmente infinito»