Desde el principio de los tiempos, el hombre expresó su presencia simbólica sobre el territorio con la construcción de elementos verticales. Lo que hoy identificamos como menhir materializa la idea primigenia de relación entre el hombre y sus divinidades, en definitiva; de alcanzar el cielo.
En los relatos bíblicos se cuenta la empresa para construir una torre que llegase hasta Dios. Éste castigará a sus promotores, pecadores de soberbia, con la maldición de la diversidad de lenguas, suscitando desde ese momento la sensación bipolar de poder y temor hacia la osadía de la construcción en altura.
Teoricamente, hoy sabemos que no es un deseo imposible. Según afirma el profesor Ricardo Aroca; se puede hacer una torre infinita de cualquier material, siempre que entre sus plantas se establezca una ley de disminución en altura dependiente del material escogido.
Existe, por lo tanto, una solución científica al empeño de Babel, y la empresa, dejando de lado la maldición divina, siguió cobrando fuerza con el paso del tiempo, y continuaron levantándose torres, con formas y funciones cada vez más complejas y soberbias.
Ya en época romana, la edificación alcanzaba una dimensión que no tenía nada que envidiar a nuestras construcciones actuales. Basta con recordar que la media en altura de los edificios de viviendas en las ciudades del imperio era de bajo más tres o cuatro plantas.
Sin embargo, las torres alcanzarían una primera época de esplendor en la Edad Media. Sólo en la Ille-de-France podemos encontrar más de 1.200 torres góticas. Las agujas de los templos cristianos competían con las torres de homenaje de los castillos y con los minaretes musulmanes para alcanzar cuanto antes el cielo prometido.
Con el desarrollo estructural de materiales como el hierro, el acero o el hormigón armado, la construcción en altura obtuvo el empujón decisivo. Al tiempo que se planteaban nuevos problemas de densidad en las ciudades, buscando la solución inevitable en la apilación de espacios en altura, surgía la necesidad de nuevos elementos de telecomunicación, o simplemente simbólicos, como la torre de 300 metros de altura erguida desafiante en pleno centro histórico de París por el ingeniero Gustave Eiffel.
Durante el pasado siglo, las torres se fueron superando a si mismas. En la actualidad son las grandes compañías comerciales las que levantan sus menhires contemporáneos hacia el cielo, buscando destacar en el horizonte económico global, el moderno skyline sagrado. Con los atentados del 11-S, la imagen de los rascacielos de Nueva York destruidos dió la vuelta al mundo representando la caída no sólo de dos torres, si no de todo un imperioy hasta de un orden mundial supuestamente consolidado, dando origen a una nueva y confusa babel del siglo XXI.
[Este texto se elaboró originariamente como introducción de una unidad didáctica para alumnos de Educación Secundaria, en la asignatura de Tecnología]