Aniversario


Tal día como hoy, en el año 2006, iniciaba este blog recogiendo un texto de Olafur Eliasson, dónde reflexionaba sobre la intencionalidad y el movimiento en la sociedad contemporánea: «Todo está inmerso en un proceso, todo se mueve, a mayor o menor velocidad, y todo está teñido de intencionalidad».

Ese año finalicé los estudios de arquitectura con un proyecto de museo de arte contemporáneo. Cuando lo estaba terminando, tuve la suerte de encontrarme con una pequeña instalación en el Centro Galego de Arte Contemporánea que ayudó a definir o, más bien, a concretar la precisa indefinición que buscaba. Su autora era entonces estudiante en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra, y me facilitó atentamente su trabajo para incorporarlo como parte de la memoria del proyecto.

Han pasado seis años y 125 entradas. Un tiempo en el que este blog ha ido creciendo, transformándose y, poco a poco, encontrando su propio camino. Aquel proyecto cerraba un periodo y abría otro nuevo dónde se volvía tan importante —o quizá más— seguir reflexionando y aprendiendo día a día. Aquella prometedora alumna también ha ido creciendo; ha seguido trabajando en la difícil y apasionante tarea de unir creación e investigación y, hace pocos días, defendió su Tesis Doctoral con un magnífico resultado.

Al leerla he descubierto la importancia del movimiento en la creación contemporánea: «Las cosas se mueven escribe la ya doctora Basta una mirada alrededor para ver cómo todo está en continuo movimiento: las nubes se desplazan, las hojas se dejan caer de los árboles, el viento hace ondear la ropa tendida, los peces recorren en sucesivos círculos su pecera... y nosotros mismos también nos movemos».

También nos movemos año tras año creando y escribiendo. Para celebrar el aniversario del blog quería recordar ese inicio. Mirar hacia atrás para saber cuánto hemos caminado. Pensar hasta dónde queremos llegar y, sobre todo, agradecer que no sea un camino solitario. Sumar al agradecimiento de hace seis años la felicitación por haber obtenido ahora el título de doctora y compartir la ilusión por los proyectos futuros.

Hace poco encontré otro texto de Eliasson titulado precisamente Tu movimiento sentido. Un fragmento dice: «Cuando veo a alguien danzar, danzo con él dibujando los contornos de un espacio. Mirar el movimiento es sentir el tiempo, experimentar la duración». Y finaliza con el mejor deseo para un aniversario: «No pares».

La elaborada imagen que ilustra esta entrada se explica perfectamente aquí.

Cuaderno de Nueva York (y) VII


El último día del viaje coincidió con la visita al Museo de la Ciudad, un edificio próximo al Guggenheim proyectado en 1932 por Joseph H. Freedlander con una arquitectura neocolonial tan diferente a la concebida por Wright en la primera mitad de siglo.

Allí, como un magnífico cierre de la travesía, se exhibía la muestra The Greatest Grid. The Master Plan of Manhattan 1811-2011 conmemorando el centenario del proyecto urbano que convirtió a Nueva York en la «ciudad sin centro», como recuerda el escritor James Traub en uno de los textos de la exposición:

Manhattan no tiene centro. Las viejas ciudades europeas sí, y se haya siguiendo las señales que indican «centro ciudad». Allí probablemente encontrará un amplio espacio, sereno y peatonal, a menudo presidido por una antigua catedral y el ayuntamiento. Si le preguntas a un neoyorquino por el «centro de la ciudad», se quedará desconcertado y podría enviarle, en el mejor de los casos, a Times Square o Columbus Circle, los cuales son simplemente nodos viarios que atraviesan los ciudadanos. Es algo que podemos agradecer a los urbanistas de Manhattan, aunque quizá no lo debamos hacer: París es encantador, Viena es encantador, incluso Washington D. C. es encantador. Manhattan no lo es. 

Con abundantes recursos documentales —y un montaje expositivo especialmente cuidado, trasladando la malla urbana a la escala del mobiliario— se analiza el paso desde la ciudad bidimensional original hasta la contemporánea, atendiendo especialmente a los condicionantes topográficos, el reparto de la propiedad y el tratamiento del espacio público, aspectos fundamentales de cualquier urbe que en Nueva York alcanzan un significado característico.

Se descubren también otras mallas ocultas, invisibles en una primera mirada: El transporte público, las redes de electricidad, abastecimiento y saneamiento, las galerías entre calles... y  la utilidad que supone para la navegación por la ciudad, apareciendo señales que marcan una «trama fantasma» en aquellos cruces teóricos ocupados por un parque, por grandes manzanas u otro tipo de alteraciones, tanto por encima como por debajo de la cota cero.

La gran trama se convierte así en la clave para entender un ecosistema tan complejo como la ciudad de Nueva York. No sólo ha servido para hacer de la geografía geometría, como recordamos al iniciar este cuaderno, si no para medir la ciudad a escala humana: desde la distancia de un paseo hasta el grado de ocupación en la tercera dimensión... Como advierte Edward Glaeser: «Puede que para un urbanista no sea el ideal de belleza pero, como máquina para vivir, la malla es perfecta».

Imagen: David Mazzucchelli y Paul Karasic, detalle de Ciudad de Cristal (2005)

Cuaderno de Nueva York VI


En el libro Grandes Calles, Allan B. Jacobs dedica la segunda parte a recopilar una serie de «calles que enseñan». Entre ellas figura la Quinta Avenida, a la altura de Central Park. Jacobs apunta que «Tanto el parque como la calle parecen de fácil acceso».

En torno a la Quinta Avenida aparecen varios de los principales museos de Nueva York. Algunos se ubican en antiguos edificios residenciales. Otros destacan entre el caserío, como el MET o el Guggenheim. Mientras que otros se descubren en las inmediaciones, como el Whitney o el MoMA.

Recorrer los museos neoyorkinos continúa la experiencia de recorrer sus avenidas. La afluencia de público o la cantidad de obras a las que se puede acceder convierten un paseo por sus salas en una experiencia agridulce, dónde se combina la fatiga con la sorpresa.

Amplificado y domesticado por Yoshio Taniguchi, el MoMA se ha transformado en un «supermercado de dos velocidades, una para los ricos, con restaurante francés, y la otra para la multitud, con cafetería» —en palabras de Marc Fumaroli—, sin renegar su vocación primera de celoso templo del arte. Centenares de fieles se elevan ávidos en una escalera mecánica mientras Christina aguarda paciente en su lienzo.

La vida de la calle se ha trasladado a los museos. En la ciudad que bautizó y canonizó al arte moderno —volviendo a Fumaroli— son extensiones de la trama urbana, con su historia, sus hitos y sus imágenes. Y, siguiendo el juego, las calles, las grandes calles, se han convertido en museos.

Cuaderno de Nueva York V


La huella de los maestros permanece indeleble en la trama de Nueva York. A la presencia distante y apasionada de Le Corbusier, desde su provocadora visita iniciática de hasta su retirada con el desencanto por el edificio de la ONU en 1947, se suman las de otros maestros, entre ellos los dos paradigmas de la modernidad arquitectónica.

Frank Lloyd Wright dejó escrito su epitafio en cursiva, sobre la 5ª avenida, frente a la gran pradera de la ciudad. Otro maestro, que pudo ver el Guggenheim recién terminado me confesó: «Todos sabían que era un mal museo, pero era un magnífico edificio». Para quién desconozca la calidez y domesticidad de la obra wrightiana, recorrer la blanca espiral es una buena aproximación.

En las mismas fechas, otro maestro —europeo en su origen— corona su carrera americana en el cielo de Nueva York. Frente a la dinámica del paseo, Mies opta por la serenidad de la plaza. La secuencia calle - exterior - interior se proyecta y se construye al detalle en el Seagram: Cada peldaño, cada banco, cada paso. Quien observa estas nuevas y antiguas lecciones deja a su espalda otra lección magistral de ocupación en altura: la Lever House.

Le Corbusier dijo que Nueva York era una catástrofe, pero una bella y digna catástrofe. El paso de los maestros permite ver hoy una suma inconexa de bellas y dignas obras. Al mismo tiempo, el recorrido urbano ofrece líneas de conexión, puntos de contacto y debate. Y la catástrofe como enseñanza.