Imagen: Frank Scherschel (Life)
Hoy he tenido la oportunidad de participar en la mesa redonda que se ha celebrado en la E.T.S. de Arquitectura de la Universidad de A Coruña con motivo de la exposición del centenario de la casa Robie. Recojo aquí parte de la intervención.
La misma efeméride que hoy celebramos con la casa Robie la tendríamos que compartir con los siguientes edificios: La fábrica de turbinas de la A.E.G. de Behrens, la casa Milá de Gaudí, la terminación de la Escuela de Arte de Glasgow de Mackintosh o la casa Steiner de Loos, por citar algunos... No es una mala competencia. Sin embargo, la mayoría de libros, los libros por los que muchos conocemos a la casa Robie, nos sitúan a la vivienda de Chicago aparentemente por encima del resto, algo que esta exposición parece refrendar.
Me gustaría plantearles cuatro reflexiones: dos de ellas previas a la realización de la exposición y otras dos posteriores a la misma. Las dos primeras proceden precisamente de esos libros que hablan sobre la casa Robie y que quisiera recordar:
Sigfried Giedion, en Espacio, tiempo y arquitectura, nos habla de cómo la casa fue rechazada en su origen por los habitantes de Chicago. Trataron de ridiculizarla comparándola con un barco de vapor –el gran referente de la modernidad–. Así, estaban dando a entender que la casa era un producto de su época, igual que el barco de vapor había surgido como expresión de su tiempo. Dice Giedion: «Lo que es decisivo en ella no una similitud superficial y mal entendida con un barco de vapor, sino su relación interna con los edificios de su tiempo».
También es decisivo en la casa –y pasaría ahora al segundo testimonio, del profesor Norberg-Schulz– su entendimiento en términos de contraste. Contrastes que se continuarán y desarrollarán en la modernidad posterior que, mientras mira a los barcos, se reconforta «al ver como el fuego arde en el interior de la sólida mampostería» (En palabras de Wright). El contraste, o más bien tendríamos que hablar de la síntesis de contrastes, se establece entre interior y exterior; entre oriente y occidente; entre las predominantes líneas horizontales –la pradera– y la rotunda chimenea vertical –el hogar–. En definitiva, entre la casa como máquina y la casa como refugio, o en los términos que estos días debatimos en clase de primer curso, entre la casa como cueva y la casa como menhir, dialéctica presente desde la cabaña primitiva hasta la vivienda actual.
Paso ahora a los dos testimonios que no proceden de los libros, y que son posteriores a la creación de la exposición. Me han llegado a través de dos personas, que siendo ajenas al mundo profesional de la arquitectura, han querido acercarse a él a través de esta casa.
Una me comentaba: «Viendo la exposición me parece que la casa sea algo vivo». Resulta curioso como determinadas obras trascienden su uso original, sus habitantes y muchas veces a su creador, generando su propia historia. La casa adquiere vida propia, nace, se transforma e incluso sobrevive estando a punto de desaparecer. De pocas arquitecturas podríamos contar tantas vicisitudes.
Otro testimonio añadía: «La explicación de la vivienda se ofrece de una manera sencilla, clara y amena. La casa se entiende». Ésa quizá sea la mejor lección de esta exposición y de la casa Robie. Que aún cien años después de terminarse siga siendo capaz de decir cosas, no sólo a los arquitectos, sino transmitiendo a todos lo que significa un auténtico espacio doméstico, una arquitectura viva y para vivir.
Me gustaría plantearles cuatro reflexiones: dos de ellas previas a la realización de la exposición y otras dos posteriores a la misma. Las dos primeras proceden precisamente de esos libros que hablan sobre la casa Robie y que quisiera recordar:
Sigfried Giedion, en Espacio, tiempo y arquitectura, nos habla de cómo la casa fue rechazada en su origen por los habitantes de Chicago. Trataron de ridiculizarla comparándola con un barco de vapor –el gran referente de la modernidad–. Así, estaban dando a entender que la casa era un producto de su época, igual que el barco de vapor había surgido como expresión de su tiempo. Dice Giedion: «Lo que es decisivo en ella no una similitud superficial y mal entendida con un barco de vapor, sino su relación interna con los edificios de su tiempo».
También es decisivo en la casa –y pasaría ahora al segundo testimonio, del profesor Norberg-Schulz– su entendimiento en términos de contraste. Contrastes que se continuarán y desarrollarán en la modernidad posterior que, mientras mira a los barcos, se reconforta «al ver como el fuego arde en el interior de la sólida mampostería» (En palabras de Wright). El contraste, o más bien tendríamos que hablar de la síntesis de contrastes, se establece entre interior y exterior; entre oriente y occidente; entre las predominantes líneas horizontales –la pradera– y la rotunda chimenea vertical –el hogar–. En definitiva, entre la casa como máquina y la casa como refugio, o en los términos que estos días debatimos en clase de primer curso, entre la casa como cueva y la casa como menhir, dialéctica presente desde la cabaña primitiva hasta la vivienda actual.
Paso ahora a los dos testimonios que no proceden de los libros, y que son posteriores a la creación de la exposición. Me han llegado a través de dos personas, que siendo ajenas al mundo profesional de la arquitectura, han querido acercarse a él a través de esta casa.
Una me comentaba: «Viendo la exposición me parece que la casa sea algo vivo». Resulta curioso como determinadas obras trascienden su uso original, sus habitantes y muchas veces a su creador, generando su propia historia. La casa adquiere vida propia, nace, se transforma e incluso sobrevive estando a punto de desaparecer. De pocas arquitecturas podríamos contar tantas vicisitudes.
Otro testimonio añadía: «La explicación de la vivienda se ofrece de una manera sencilla, clara y amena. La casa se entiende». Ésa quizá sea la mejor lección de esta exposición y de la casa Robie. Que aún cien años después de terminarse siga siendo capaz de decir cosas, no sólo a los arquitectos, sino transmitiendo a todos lo que significa un auténtico espacio doméstico, una arquitectura viva y para vivir.