En la muestra sobre dibujos y pinturas de Jesús de la Sota realizada recientemente en la galería José de la Mano se exhibía también una butaca con cintas de cuero reconvertida en el anuncio de la exposición hacia el exterior, al colocarse en uno de los ventanales. Así, quien recorriera esos días la madrileña calle Claudio Coello podía detenerse a observar la pieza que, aún sin estar acompañada por otras piezas de mobiliario en el interior, condensaba perfectamente las ideas presentes en la obra gráfica de su autor.
Antes de la llegada del Espacio Europeo de Educación Superior y de sus tiempos fugaces y fragmentarios, solíamos finalizar el curso académico con un viaje de despedida. Una última visita o recorrido conjunto de profesores y alumnos dónde, de un modo simbólico, se cerraban los libros y se abría una nueva etapa.
Este año, al impartir una asignatura del segundo cuatrimestre, he podido plantear una experiencia similar, acudiendo con los alumnos a visitar la exposición El asiento como arquitectura. La arquitectura como asiento, en el Centro Torrente Ballester de Ferrol.
La reunión de una serie de diseños clásicos, acompañada de un conjunto de textos que reflexionan sobre el asiento ha permitido el descubrimiento y el valioso aprendizaje que tiene lugar —casi siempre— fuera de las paredes de un aula. Esos objetos cotidianos, trasladados temporalmente a la galería o al museo, logran que nos detengamos por un momento a pensar sobre su razón y ser; a escuchar una última lección.
Cuando Walter Benjamin dedica a la arquitectura popular española alguno de sus textos de la Serie Ibicenca, también se detiene al observar unas sillas: «Tal como se presentan estas sillas, siempre tan modestas en su forma, pero con su visible trenzado de belleza llamativa, permiten comprender algunas cosas. Ningún coleccionista podría exponer en las paredes del vestíbulo unas amplias alfombras de Isfahán ni tampoco los cuadros de Van Dyck, con mayor convicción que los campesinos exponen estas sillas en el zaguán vacío de su casa».
Como Benjamin, la sorpresa en la calle, la mirada que analiza y descubre, que proyecta hacia el futuro, se convierte en el mejor recuerdo de un curso que termina, y en su valiosa herencia.