En otoño del año 1934 se produce un intercambio de cartas entre Walter Benjamin y Theodor Adorno. El segundo le recomienda a su amigo, deseoso de viajar a San Remo: "Tenga a bien elegir el Café Morgana, bien afuera sobre el mar, como lugar de trabajo." Para Adorno, un buen café es, ante todo, un buen lugar de trabajo.
Viene esta anécdota a cuento porque me he encontrado con un ensayo de Antoni Martí Monterde que explora el café como espacio esencial de la modernidad cultural europea. Dice el autor en la introducción del ensayo: "Si la modernidad es una civilización de la palabra, si la nuestra ha sido, durante tanto tiempo, una cultura de la conversación, la vida de Café ocuparía en ella un lugar central, lleno de voces y de silencios, al ser autopercepción y desvelamiento, transformación e interrupción de la individualidad moderna. El Café es escenario, público e íntimo, de una sabiduría irónica que se hace densa en medio de charlas, ruidos y rumores, entre el zumbido y a veces el rugido de la sociedad."
El café es mucho más que un local donde se consume la bebida que le da nombre. Ramón Gómez de la Serna escribió "El Café es la vida interior de la ciudad como ciudad; es el parlamento desinteresado, la comprobación de la vida en mil ángulos de la urbe." Hay ciudades que no pueden entenderse sin sus cafés, y viceversa. "La verdadera Universidad popular ha sido en España el café", reconocía el catedrático Miguel de Unamuno. Pues "Todo cuanto sucede en la tierra, pasa aquí." había observado antes el escritor Dezsö Kostolányi; "En sus mesas, los estudiantes preparan los exámenes, estudian anatomía, derecho, literatura. Es una especie de universidad libre. Tiene grandes mesas donde se diserta sobre estética, filosofía, arquitectura, lingüística, psicología, botánica, farmacología..."
Poco tiempo despues Benjamin responde a Adorno desde San Remo, con gran resignación, que el Café Morgana ha quebrado y está cerrado.