Esta semana —coincidente con la celebración de la Semana de la Arquitectura en Coruña— he tenido la oportunidad de participar en el II Ciclo de conferencias sobre restauración del patrimonio arquitectónico organizado por el Departamento de Composición de la Universidade da Coruña.
Esta segunda edición tenía como tema «La ciudad histórica», y homenajeaba al profesor Fernando Chueca Goitia al cumplirse cien años de su nacimiento. Los inivitados Ferdinando Maurici y Fernando Branco nos han hablado de las ciudades islámicas en Sicilia y Portugal respectivamente, mientras que Pedro Navascués y José Ramón Alonso nos han recordado la relevancia de Fernando Chueca como arquitecto, como docente y, sobre todo, como persona.
En las conferencias de inauguración y clausura, el catedrático José Ramón Soraluce y yo hemos explicado la problemática de la ciudad histórica en dos casos gallegos: Allariz y Betanzos, para completar este último con una visita en la jornada final y poder observar in situ las diferentes actuaciones.
En mi intervención he señalado que, a diferencia de otros ponentes, no he conocido personalmente a Fernando Chueca, sin embargo, me considero un discípulo suyo a través de dos vías: primero, por la influencia de sus trabajos —de los que siempre destaqué su carácter profundamente didáctico— y segundo, mediante mis profesores, que han sido a su vez discípulos directos de Chueca y así lo han querido reconocer abiertamente a lo largo de sus clases.
Durante la ponencia, presenté la ciudad histórica como un patrimonio vivo; un patrimonio al que le afectan los problemas de los ciudadanos que demandan la ciudad sobre la historia, y que, al mismo tiempo, posee sus propios conflictos, inherentes a su condición de historia y con los que los ciudadanos deben convivir diariamente.
Considerando el patrimonio como algo vivo, conviene recordar los tres tiempos en los que Séneca dividía a la vida y trasladarlos al concepto del patrimonio: Pasado, presente y futuro. «De éstos, —decía Séneca— el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto». El patrimonio posee también esos tres momentos, cada uno con su problemática diferenciada pero complementaria: El pasado supone el problema de la conservación, de saber recibir adecuadamente aquello que nos legan las generaciones precedentes. El presente supone el problema del mantenimiento, del uso, de la acción inmediata. El futuro supone el problema de decidir nuestro propio legado, y también aquello que, como arquitectos, nos toca más próximos: el problema del proyecto, de prefigurar su existencia venidera.
Terminé mi intervención con la invitación a la visita del día siguiente, una invitación tomada de Las Ciudades Invisibles y, con permiso de Calvino, modificando el nombre de la protagonista. Esa invitación finalizaba con el siguiente texto: «Para no decepcionar a los habitantes hace falta que el viajero elogie la ciudad de las postales y la prefiera a la presente, aunque cuidándose de contener dentro de límites precisos su pesadumbre ante los cambios: reconociendo que la magnificencia y prosperidad de Brigantia convertida en metrópoli, comparada con la vieja Brigantia provinciana, no compensan cierta gracia perdida, que sin embargo se puede disfrutar ahora sólo en las viejas postales, mientras que antes, con la Brigantia provinciana delante de los ojos, de gracioso no se veía realmente nada, y mucho menos se vería hoy si Brigantia hubiese permanecido igual, y que de todos modos la metrópoli tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue».
Considerando el patrimonio como algo vivo, conviene recordar los tres tiempos en los que Séneca dividía a la vida y trasladarlos al concepto del patrimonio: Pasado, presente y futuro. «De éstos, —decía Séneca— el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto». El patrimonio posee también esos tres momentos, cada uno con su problemática diferenciada pero complementaria: El pasado supone el problema de la conservación, de saber recibir adecuadamente aquello que nos legan las generaciones precedentes. El presente supone el problema del mantenimiento, del uso, de la acción inmediata. El futuro supone el problema de decidir nuestro propio legado, y también aquello que, como arquitectos, nos toca más próximos: el problema del proyecto, de prefigurar su existencia venidera.
Terminé mi intervención con la invitación a la visita del día siguiente, una invitación tomada de Las Ciudades Invisibles y, con permiso de Calvino, modificando el nombre de la protagonista. Esa invitación finalizaba con el siguiente texto: «Para no decepcionar a los habitantes hace falta que el viajero elogie la ciudad de las postales y la prefiera a la presente, aunque cuidándose de contener dentro de límites precisos su pesadumbre ante los cambios: reconociendo que la magnificencia y prosperidad de Brigantia convertida en metrópoli, comparada con la vieja Brigantia provinciana, no compensan cierta gracia perdida, que sin embargo se puede disfrutar ahora sólo en las viejas postales, mientras que antes, con la Brigantia provinciana delante de los ojos, de gracioso no se veía realmente nada, y mucho menos se vería hoy si Brigantia hubiese permanecido igual, y que de todos modos la metrópoli tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue».
Publicar un comentario