Gerardo Salvador Molezún

Gerardo Salvador Molezún y José Ramón Menéndez de Luarca: Fundación del Canal de Isabel II, Madrid

Cuando me preguntan acerca de lo más valioso que he encontrado a lo largo de estos años de estudios sobre la segunda modernidad, siempre respondo: «las personas». Gracias a mi investigación he tenido la oportunidad de conversar con notables arquitectos, historiadores, delineantes, archiveros... que me han aportado su visión directa sobre todo el proceso. Muchas veces es la propia familia del autor quién ofrece su testimonio complementario, enriqueciendo todavía más los hallazgos.

Conocí a Gerardo Salvador Molezún hace poco más de un año. Antes me habían hablado mucho sobre él: Pilar Rivas en el Servicio Histórico del COAM; compañeros y amigos suyos como Rafael Baltar o Estrella Medina. Pero no fue hasta el verano del 2010 cuando nos reunimos en Oleiros para conversar sobre la obra de su tío, Ramón Vázquez Molezún y sobre sus trabajos conjuntos.

Recuerdo en detalle aquella tarde: El encuentro en Bastiagueiro, el paseo hasta Santa Cruz de Mera, la precisión y el cariño con el que recordaba sus proyectos mientras el sol caía sobre el puerto coruñés. Terminamos hablando de su familia, de lo mucho que había aprendido de su tío y de cómo su hija había continuado con la tradición familiar de dedicarse a la arquitectura.

Hace unos días, Madal —hija del pintor que compartió con él aquel pensionado doblemente gallego en la Academia de España en Roma— me informó de su fallecimiento. Coincidió con la lectura de un artículo sobre la redacción de necrológicas, dónde el autor defendía que «por su propia esencia, deben escribirse en caliente, lo que se hace despues son estudios, ensayos, homenajes, algo en todo caso diferente y que corresponde a otros géneros».

Decidí enseguida transformar su recuerdo en palabras, dejando constancia de su valiosa aportación en mi investigación. Una aportación que se suma a la de otros muchos nombres, a los cuales me gustaría homenajear con la conclusión del trabajo. Después de todo, las obras pueden sobrevivir, transformarse o desaparecer, pero las personas son irremplazables.