Hoy he estado hablando sobre libros con una alumna durante un buen rato. Mientras duró la conversación me pareció algo normal, casi cotidiano. Pero, al poco de terminar, me he dado cuenta que hacía mucho tiempo que no mantenía una charla sobre libros con alumnos. Ni cortas ni largas, las únicas menciones se reducían a recomendaciones puntuales sobre bibliografía, a algún texto canónico en clase o, como mucho, a alguna lectura personal que hubiesen realizado.
Por eso me sorprendió la originalidad del diálogo. En él hablamos de la cantidad de libros que existen y de las múltiples posibilidades para llegar a ellos, hablamos de bibliotecas y de librerías, hablamos de problemas de almacenamiento, de préstamo, de conservación... y hablamos de todo ello considerándolo un tema común, cuando en la realidad contemporánea no es tan habitual como se podría suponer.
Curiosamente hoy mantuve otra conversación acerca de las ediciones de algunos volúmenes clásicos y de la dificultad para llegar hasta ellos. Son libros que se han convertido en objetos con historia y memoria, cuyo recorrido que tiene que ver con sus autores pero también con lo que cada propietario -o lector- haya aportado al objeto: Libros que se dedican, que se heredan, que se donan, que se pierden...
Le he pedido a mi alumna que su trabajo final trate sobre libros. Quizá por nostalgia.
Publicar un comentario