En los años cuarenta del pasado siglo, el fotógrafo Bill Brandt (1904-1983), discípulo de Man Ray y residente en Londres, comienza a realizar una serie de fotografías de desnudos, empleando enormes profundidades de campo y perspectivas deformadas, típicas del uso de un objetivo de distancia focal corta. Brandt coloca a las modelos en espacios muy grandes, y retrata una parte de ellas en primer plano. Con eso consigue una atmósfera misteriosa, con ecos surrealistas.
El cuerpo humano se transforma en un objeto artístico, en una escultura que “habita” el espacio de manera distante, estática y ajena. Y al mismo tiempo se produce la humanización del espacio. Las formas cálidas, emotivas, siguen conservando una vida latente y sabemos que la rigidez es sólo fruto de la imagen instantánea y al segundo próximo todo cambiará. Algo parecido sucede en las formas orgánicas de algunas arquitecturas, capaces de contener en su interior material la dramática división entre lo natural y lo artificial.
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