El último día del viaje coincidió con la visita al Museo de la Ciudad, un edificio próximo al Guggenheim proyectado en 1932 por Joseph H. Freedlander con una arquitectura neocolonial tan diferente a la concebida por Wright en la primera mitad de siglo.
Allí, como un magnífico cierre de la travesía, se exhibía la muestra The Greatest Grid. The Master Plan of Manhattan 1811-2011 conmemorando el centenario del proyecto urbano que convirtió a Nueva York en la «ciudad sin centro», como recuerda el escritor James Traub en uno de los textos de la exposición:
Manhattan no tiene centro. Las viejas ciudades europeas sí, y se haya siguiendo las señales que indican «centro ciudad». Allí probablemente encontrará un amplio espacio, sereno y peatonal, a menudo presidido por una antigua catedral y el ayuntamiento. Si le preguntas a un neoyorquino por el «centro de la ciudad», se quedará desconcertado y podría enviarle, en el mejor de los casos, a Times Square o Columbus Circle, los cuales son simplemente nodos viarios que atraviesan los ciudadanos. Es algo que podemos agradecer a los urbanistas de Manhattan, aunque quizá no lo debamos hacer: París es encantador, Viena es encantador, incluso Washington D. C. es encantador. Manhattan no lo es.
Con abundantes recursos documentales —y un montaje expositivo especialmente cuidado, trasladando la malla urbana a la escala del mobiliario— se analiza el paso desde la ciudad bidimensional original hasta la contemporánea, atendiendo especialmente a los condicionantes topográficos, el reparto de la propiedad y el tratamiento del espacio público, aspectos fundamentales de cualquier urbe que en Nueva York alcanzan un significado característico.
Se descubren también otras mallas ocultas, invisibles en una primera mirada: El transporte público, las redes de electricidad, abastecimiento y saneamiento, las galerías entre calles... y la utilidad que supone para la navegación por la ciudad, apareciendo señales que marcan una «trama fantasma» en aquellos cruces teóricos ocupados por un parque, por grandes manzanas u otro tipo de alteraciones, tanto por encima como por debajo de la cota cero.
La gran trama se convierte así en la clave para entender un ecosistema tan complejo como la ciudad de Nueva York. No sólo ha servido para hacer de la geografía geometría, como recordamos al iniciar este cuaderno, si no para medir la ciudad a escala humana: desde la distancia de un paseo hasta el grado de ocupación en la tercera dimensión... Como advierte Edward Glaeser: «Puede que para un urbanista no sea el ideal de belleza pero, como máquina para vivir, la malla es perfecta».
Imagen: David Mazzucchelli y Paul Karasic, detalle de Ciudad de Cristal (2005)
Publicar un comentario