Geografía y geometría han estado íntimamente unidas desde los orígenes del urbanismo. A través de la geometría se hizo simple la planificación de los cultivos, y también la construcción de la ciudad. La trama reticulada no sólo permite el control del presente —y la asunción del pasado— sino que alberga el futuro crecimiento, en teoría infinito.
La particularidad de Manhattan está en su extensión limitada, en el agua que rodea la isla. En 1811, una comisión dirigida por DeWitt Clinton hizo de la geografía geometría, con un sorprendente plan: cubrir la totalidad de la isla con una malla de 12 anchas avenidas longitudinales y 155 calles transversales —siguiendo la lógica de la forma— generando aproximadamente 2.000 manzanas rectangulares, 2.000 islas artificiales de habitación en un mar de tráfico.
Como la gran retícula quedaba interrumpida por los límites físicos de la isla, enseguida adquirió una notable importancia el tercero de los ejes del espacio: la verticalidad. Ya que el horizonte, por geografía y por geometría, era finito, el cielo sería el nuevo límite. La malla se volvía tridimensional, y el crecimiento en altura, virtualmente ilimitado.
Imagen: Fragmento del Commissioners' Plan de 1811
Es muy interesante la lucha entre geografía y geometría, que no siempre juegan la una a favor de la otra: de esa lucha, y de quién sale ganando (o perdiendo) se desprenden, como decía Solà-Morales, si la actuación urbana es moderna o no; NYC es un caso estupendo (y lo mejor al respecto, el capítulo de "Delirio en NY" de RKoolhaas, que reseñas en post anterior), pero también podríamos contar el propio Ensanche Cerdà (como ejemplo culto) o el barrio de Gràcia (como ejemplo popular). ¡Buen tema! Hasta pronto, AM.