RACHEL WHITEREAD, Untitled (Black Books), 1997
Una biblioteca no es un sólo un corte en los campos del conocimiento, sino que también registra el tiempo y la evolución de las ideas de la disciplina.
STAN ALLEN. Unpacking my library: Architects and their books, Yale University Press, 2009
He terminado de leer Las bibliotecas perdidas, de Jesús Marchamalo (Blog), un libro que recoge los artículos publicados en el suplemento cultural del diario Abc a lo largo de siete años, centrados en la literatura y en el oficio de escritor, en sus inquietudes, manías, espacios de trabajo... El título está tomado del primero de los reportajes, dedicado a las bibliotecas de escritores desaparecidas: arrasadas por la guerra, saqueadas o confiscadas. A las bibliotecas dedica también su última obra Donde se guardan los libros (Siruela, 2011), recopilación del recorrido realizado por las estanterías de algunos autores contemporáneos y publicado también como serie en el suplemento de Abc.
En la introducción recoge una cita de Marguerite Yourcenar, quien afirmaba que una de las mejores maneras de conocer a alguien es ver sus libros. Una biblioteca desvela secretos íntimos de su propietario, como explica Marchamalo «no sólo de sus libros, sino de cómo están o no ordenados, la manera en que se han ido acumulando o perdiendo, y de las historias, buena parte de ellas fabulosas, que rodean a muchos de ellos».
En ese sentido, también resulta esclarecedor el libro Unpacking my library: Architects and their books (Yale University Press, 2009), que realiza una visita a las bibliotecas de diez estudios de arquitectura contemporáneos, mostrando fragmentos de sus estanterías y de sus ejemplares favoritos. Jo Steffens, editora del libro, explica que la idea surgió a partir de una charla de Beatriz Colomina en la Cooper Union, dónde relataba la experiencia de empaquetar y desempaquetar la biblioteca viajera que había escogido trasladar para su primera estancia en Nueva York.
El arquitecto Francisco J. Sáenz de Oiza desempaquetó parte de su biblioteca para la oposición a Cátedra que realizó en 1968. Esa lista bibliográfica sería después incluida por Juan Daniel Fullaondo en La bicicleta proximativa. Conversaciones en torno a Sáenz de Oiza, y por Ricardo Sánchez Lampreave en el número 13 de la revista Transfer.
Desempaquetando mi biblioteca (1931) es también el título de un ensayo de Walter Benjamin, dónde describe las estanterías para los libros como ese espacio mágico dónde conviven el orden y el desorden: «¿Qué otra cosa son estas posesiones que un desorden en el que la costumbre se instaló de tal forma que puede revestir la apariencia de un orden?».
Desempaquetando mi biblioteca (1931) es también el título de un ensayo de Walter Benjamin, dónde describe las estanterías para los libros como ese espacio mágico dónde conviven el orden y el desorden: «¿Qué otra cosa son estas posesiones que un desorden en el que la costumbre se instaló de tal forma que puede revestir la apariencia de un orden?».
Benjamin también destaca la visión del verdadero coleccionista, que establece la relación más profunda que puede entablarse con sus objetos: «no es que los objetos despierten a la vida en él, por el contrario, es él mismo quien los habita». La imagen del coleccionista me recordó la definición de Borges sobre el libro, que puede encontrarse en Borges oral y cuyo conocimiento debo a Joaquín Rodríguez:
Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. El otro día me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia Brokhaus. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y, sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres. Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee par el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y, por tanto, frívolo. Un libro se lee para la memoria.
JORGE LUIS BORGES, «El libro», Borges oral, Bruguera, 1983
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