En el año en que se publicaba El Viajero Subterráneo, el Metro de Madrid estrenaba señalización por colores.
Acabo de regresar de una de mis ciudades favoritas: Aunque sea a pesar del caluroso clima estival y de la huelga de Metro que tuvo lugar estos días, Madrid me sigue fascinando tanto como la primera vez que la recorrí siendo niño. La ciudad y sus circunstancias: Los grandes carteles conmemorando el centenario de su arteria más popular junto a las entradas de acceso al subterráneo bloqueadas.
Durante el viaje tuve de acompañante un libro del antropólogo Marc Augé titulado El metro revisitado. En el año 1982, Augé publicó El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro. Ahora, casi treinta años después, observa de nuevo el mismo medio de transporte, en su caso de la ciudad de París, que sigue usando todos los días para los desplazamientos más habituales.
En el texto aclara que no se trata de un retorno propiamente dicho, "sino más bien de una parada, de una pausa, de una mirada retrospectiva para intentar hacer un balance, como hacemos todos de vez en cuando, para asombrarnos, en términos por fuerza demasiado convencionales, de la velocidad con que ha pasado el tiempo, o para interrogarnos sobre lo que ha podido ocurrir".
"Porque lo asombroso, -continua Augé- con el cambio, no es que haya tenido lugar, sino que nosotros no nos hayamos dado cuenta: éste se ha impuesto tan naturalmente que hoy tenemos una necesidad de las huellas del pasado, evidencias del ayer convertidas en más o menos obsoletas, para admitir su realidad y tomarles su medida."
La ausencia forzada de los trayectos de Metro en mi último viaje, acompañado de las reflexiones de Augé me ha llevado a pensar en todo aquello que se suma al simple tránsito y que es, en definitiva, la esencia de la ciudad: sus sonidos, sus cartografías superpuestas, su capacidad para convertirse en múltiples escenarios... todo eso son los detalles, las circunstancias, que hacen recordar una ciudad.
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