Navegantes


Ingenieros anónimos, mecánicos metidos entre la grasa y el hierro de la fragua, han construido esas casas formidables que son los paquebotes. Nosotros, habitantes de tierra firme, carecemos de los medios de valoración y sería una suerte que para que aprendiéramos a descubrirnos ante las obras de la “regeneración”, se nos brindase la oportunidad de recorrer los kilómetros que representa la visita a un paquebote.

Con estas palabras introduce Le Corbusier su reflexión acerca de la configuración espacial de los barcos para el transporte de pasajeros dentro del capítulo IV de Vers une architecture, titulado Des yeux qui no voient pas… “Una gran época acaba de comenzar”, “Existe un espíritu nuevo”, “Nuestra época fija cada día su estilo” … sin embargo, nuestros ojos todavía no son capaces de discernirlo.

La gran época que comienza es la idea fundamental del capítulo. Una arquitectura nueva se está elaborando. Le Corbusier ha reunido un conjunto de fotografías de folletos de agencias de viaje que utiliza para transmitir sus ideas sobre a qué debe mirar la arquitectura moderna: “Le paquebot est la première étape dans la réalisation d’un monde organisé selon l’esprit noveau”.

Como ha señalado Stanislaus Von Moos, Le Corbusier no es el primer arquitecto admirador de la construcción naval. William Lethaby y, sobre todo, Viollet-le-Duc y sus sucesores habían alabado en numerosas ocasiones las formas ejemplares de los navíos. Peter Collins, en su libro Changing Ideals in Modern architecture 1750-1950, relata como en el siglo XIX, el escultor americano Horatio Greenough ya pedía que los arquitectos volviesen la vista hacia el diseño naval: "Yo pediría, a cualquier arquitecto que permite que la moda invada el dominio de sus principios, que comparase los vehículos y barcos americanos con los ingleses, y vería que la mecánica de los Estados Unidos ha dejado atrás a los artistas."

En otro ensayo publicado en 1843, añadió: "
Si pudiésemos cargar sobre la arquitectura civil las responsabilidades que pesan sobre la construcción de barcos, tendríamos desde hace tiempo edificios superiores al Partenón, como un barco de guerra moderno es superior a la galera de los argonautas. En vez de encajar a la fuerza las funciones de todo tipo de edificios en una forma general, dada previamente, y de adoptar una forma exterior sin considerar la distribución interior, empecemos por el corazón progresando desde ahí hacia fuera."

Collins cita otros ejemplos dónde arquitectos en búsqueda de la definición de la modernidad, buscarán en la analogía de la arquitectura naval elementos de relación. El historiador escocés James Fergusson pedía a sus lectores que tomaran como ejemplo la historia de la construcción de barcos, que él analizó desde la época de Guillermo el Conquistador hasta el “último barco botado en nuestros muelles.” . Prosper Mérimée se lamentaba en varios artículos de que los arquitectos de su época estuvieran “diseñando barcos de vapor tomando como modelo las galeras antiguas”, opinión que compartirá Viollet-le-Duc en sus Entretiens sur l’Architecture: "Los arquitectos navales y los ingenieros mecánicos cuando hacen un barco o una locomotora no investigan las formas de los barcos del tiempo de Luis XIV o las de una diligencia, sino que obedecen ciegamente las nuevas bases dadas y producen obras de estilo y carácter propios, en el sentido de que todos puedan ver que indican un fin totalmente preciso."

Idea defendida también por su discípulo Anatole de Baudot: "
¿No tenemos uno de los más útiles e interesantes ejemplos en los nuevos vehículos terrestres y marítimos? ¿Se les dio a éstos las formas de los carruajes o barcos de la época de Luis XVI? De ninguna manera; las interrelaciones y la apariencia se deducían de datos científicos e industriales. ¿Por qué, entonces, los refugios fijos, es decir, los edificios, no se diseñan de una manera similar? "

Para los hombres del movimiento moderno, el barco es símbolo de los nuevos rumbos en arquitectura. Su carácter emblemático, puro, limpio, claro, sano… fue defendido acérrimamente por Le Corbusier, que además de ver en los navíos “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz” , observa el correcto ensamblaje de los elementos constructivos, mostrados sin ningún pudor al exterior y, sobre todo, la funcionalidad del espacio, dónde no falta ni sobra nada.