
El cuerpo humano se transforma en un objeto artístico, en una escultura que “habita” el espacio de manera distante, estática y ajena. Y al mismo tiempo se produce la humanización del espacio. Las formas cálidas, emotivas, siguen conservando una vida latente y sabemos que la rigidez es sólo fruto de la imagen instantánea y al segundo próximo todo cambiará. Algo parecido sucede en las formas orgánicas de algunas arquitecturas, capaces de contener en su interior material la dramática división entre lo natural y lo artificial.