Utilizamos el calificativo de rapsódico para designar el fluir continuo de la ideación musical tomándolo de la palabra griega partein, que significa unir cosiendo. La rapsodia era el canto de los recitadores de los poemas épicos en la edad homérica, que tejían un discurso fragmentario e inconexo cuyo significado debe más a la disposición conjunta de imágenes e ideas que a la construcción explícita y sistemática de una argumentación.
El término fue recuperado en los albores del siglo XIX y referido a composiciones instrumentales sin forma predefinida, lo que le aproximó a la fantasía, si bien las rapsodias decimonónicas se orientaron más a la descripción de tintes nacionales, por lo que es frecuente que se basen en la alternancia de motivos procedentes de la música popular o folclórica.
Una manera de disponer los materiales de la obra musical consiste en el engarce de sucesivas ideas musicales, de sucesivos pasajes que hacen del discurso sonoro una progresión permanente y continuamente renovada, sin necesidad de repeticiones, transformaciones o desarrollos modulares, sólo mediante la constante renovación de los elementos que lo integran. Una evocación física de esto sería la conformación de los muros de la vivienda experimental en Muuratsalo de Alvar Aalto. Esta invención parece lógico que se exprese en obras de duración relativamente corta. No obstante, algunos compositores han logrado éxito con obras elaboradas según ese principio, especialmente a partir del siglo XIX y hasta la actualidad.
No es la disposición rapsódica, yuxtapuesta, de las ideas la que determina la extensión de la obra, pero sí la que le confiere un aspecto formal característico: lo que se da en llamar formas libres no suele ser, precisamente en razón de su libertad, sino un tipo singular de forma caracterizado por la secuenciación y diferenciación de sus elementos. Además, por muy libre que sea una obra, siempre será preciso que tenga algún sentido como forma, que haya en ella un plan constructivo, un orden subyacente, por más que éste pueda ser radicalmente distinto de los que otras presenten. Teniendo esto en cuenta, nada tiene de extraño que algunos músicos (y arquitectos) hayan proclamado la necesidad de liberarse de la dependencia de esquemas formales tradicionales o preestablecidos, pues, en el fondo, es la solidez irrepetible de la estructura y no el molde aparente de la forma, lo que dota de coherencia a la obra.
El término fue recuperado en los albores del siglo XIX y referido a composiciones instrumentales sin forma predefinida, lo que le aproximó a la fantasía, si bien las rapsodias decimonónicas se orientaron más a la descripción de tintes nacionales, por lo que es frecuente que se basen en la alternancia de motivos procedentes de la música popular o folclórica.
Una manera de disponer los materiales de la obra musical consiste en el engarce de sucesivas ideas musicales, de sucesivos pasajes que hacen del discurso sonoro una progresión permanente y continuamente renovada, sin necesidad de repeticiones, transformaciones o desarrollos modulares, sólo mediante la constante renovación de los elementos que lo integran. Una evocación física de esto sería la conformación de los muros de la vivienda experimental en Muuratsalo de Alvar Aalto. Esta invención parece lógico que se exprese en obras de duración relativamente corta. No obstante, algunos compositores han logrado éxito con obras elaboradas según ese principio, especialmente a partir del siglo XIX y hasta la actualidad.
No es la disposición rapsódica, yuxtapuesta, de las ideas la que determina la extensión de la obra, pero sí la que le confiere un aspecto formal característico: lo que se da en llamar formas libres no suele ser, precisamente en razón de su libertad, sino un tipo singular de forma caracterizado por la secuenciación y diferenciación de sus elementos. Además, por muy libre que sea una obra, siempre será preciso que tenga algún sentido como forma, que haya en ella un plan constructivo, un orden subyacente, por más que éste pueda ser radicalmente distinto de los que otras presenten. Teniendo esto en cuenta, nada tiene de extraño que algunos músicos (y arquitectos) hayan proclamado la necesidad de liberarse de la dependencia de esquemas formales tradicionales o preestablecidos, pues, en el fondo, es la solidez irrepetible de la estructura y no el molde aparente de la forma, lo que dota de coherencia a la obra.
Publicar un comentario