En la Capilla Sixtina del Vaticano, la sibila Líbica es sorprendida mientras abre un libro. La sacerdotisa mitológica predijo el día en que las verdades ocultas serían reveladas, mostrando a los hombres un preciso conocimiento del futuro. Su espera paciente es la espera de la ciudad. Roma es un lienzo pintado, un mármol esculpido y un plano trazado: se puede observar al mismo tiempo el resultado y el proceso, la inspiración y la crisis, la vida y la ruína. Desde la estación de Términi (que siempre me ha gustado asociar más a término que a su auténtico significado, pues es final de todos los caminos) he recorrido nuevamente sus calles intentando aprender sus lecciones. Al caer la noche en la cabecera de Santa María la Mayor o en el castillo de Sant Angelo, esas imágenes se unen en un cielo estrellado como las bóvedas de Santa María sopra Minerva. Sólo resta entonces alzar la mirada hacia arriba y susurrar eppur si muove como rebeldía ante la censura cegadora de la noche. La mañana traerá a la ciudad esa "luz tan bella que lo excusa todo", como decía Le Corbusier. El maestro ya prevenía: "La lección de Roma es para los sabios, para los que saben y pueden apreciar." Por eso, esta mañana, ya de vuelta, repaso las lecciones de Roma mientras pido a la sibila que no cierre las páginas del libro.
[A mis compañeros de viaje]
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