Dos templos del nuevo milenio


Los templos proyectados por Pawson y Siza se alzan blancos e inmaculados a miles de kilómetros de distancia como piezas genéricas de ese mundo global del siglo XXI. El británico, defensor de la arquitectura pura, esencial, sin artificios, que ya en su libro–manifiesto Minimum valoraba las fábricas cistercienses, crea un monasterio ex nuovo reelaborando una trama conventual a partir de unas construcciones agrícolas preexistentes. Eso sí, todo teñido hasta la saciedad de su estilo, su magia, su minimalismo de alta tecnología capaz de lograr un claustro abovedado sin una estructura portante que lo dote de un ritmo.

El maestro portugués, más cercano, reinterpreta el templo parroquial desde la sabiduría de la experiencia. Sólo ella permite dominar la proporción, el orden y la luz con la misma facilidad que la mano define los trazos de un dibujo. Sólo con ella se logra dotar de una atmósfera al espacio, y llenar de significado todo el conjunto al tiempo que se dedica una cuidada atención a sus partes esenciales. De la misma manera que el símbolo más importante del cristianismo queda condensado en la unión de dos maderos. Porque, en el fondo, el problema de la historia de la arquitectura siempre ha sido el problema de resolver una junta y, tanto Siza como Pawson, saben que Dios está en los detalles, pero también fuera de ellos.

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